A veces, cuando pienso en mi , no veo a una persona completa, solo veo defectos, cosas que cambiaría y gestos que no me gustan. Sin querer, me termino comparandoo con amigas, con desconocidas en redes sociales, con esa versión ideal de mí misma que solo existe en mi mente. Y entonces surge esa pregunta silenciosa, ¿Y si no soy suficiente? ¿Y si no cumplo con lo que los demás esperan de mí? A veces me esfuerzo tanto por agradar, por no decepcionar, por estar a la altura y me termino olvidando de preguntarme qué es lo que realmente quiero, cómo me siento y qué necesito. Sin embargo, en medio de toda esa confusión, empiezo a darme cuenta de algo importante: ser suficiente no significa ser perfecta y nadie lo es. Estoy aprendiendo, poco a poco, que mi valor no depende de mis calificaciones, de mi apariencia o de lo que piensen los demás. Incluso en esos días en los que me siento rota, insegura o invisible, mi existencia ya tiene valor. No necesito demostrar nada para merecer amor, respeto y espacio. La verdadera fortaleza no está en encajar, sino en aceptarme tal como soy, incluso cuando no me gusto del todo. En hablarme con más cariño y en no exigirme más de lo que le exigiría a alguien a quien quiero. Así que si alguna vez vuelvo a preguntarme “¿y si no soy suficiente?”, intentaré recordarme esto: ya lo soy. Siempre lo fui. Solo tengo que dejar de buscarme en los ojos de los demás y empezar a mirarme con los míos, con más compasión y menos juicio.
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